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¿Cómo se desarrollan los bebés con síndrome de Down?
Los bebés con síndrome de Down crecen y aprenden como cualquier otro niñ@, aunque a un ritmo más lento. Su desarrollo no es igual en todas las áreas: algunos aspectos avanzan más rápido y otros requieren de más apoyo. Cada niñ@ que nace con esta condición es distinto, sin embargo, es fundamental identificar desde los primeros meses de vida un perfil con los puntos más fuertes y con los desafíos que se visualizan para poder acompañarlos de forma oportuna con los apoyos necesarios.
Fuente: extracto del trabajo escrito por Sue Buckley, publicado por www.down21.org
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En cuanto al desarrollo social y emocional podemos señalar que en general los niñ@s con Trisomía 21 demuestran bastante interés por las personas: miran a la cara, sonríen y disfrutan de las interacciones con otras personas. También es frecuente observar que suelen pasar más tiempo observando a los demás que explorando juguetes, lo que demuestra la mayor habilidad que desarrollan para aprender a través de la imitación.
Conforme crecen, aprenden a regular sus emociones y a adaptarse a las rutinas familiares, con mayor o menor facilidad como todo niñ@. Sin embargo es importante establecer límites y reglas desde pequeños, ya que algunos niñ@s pueden utilizar su capacidad social para conseguir lo que quieren de los adultos y en el futuro transformarse en infantes muy difíciles de manejar en diversos contextos sociales.
Alrededor de un tercio de los niños pequeños con síndrome de Down puede mostrar conductas más desafiantes, en parte porque todavía no logran comunicarse con eficacia. Por eso, el apoyo de la familia en la autorregulación y el establecimiento de límites, es clave para su desarrollo y para facilitar su integración en contextos como una guardería o jardín infantil.
Desarrollo motor
El desarrollo motor influye en todo lo que hacemos: moverse, jugar, alimentarse o escribir. Los recién nacidos con síndrome de Down siguen los mismos pasos que otros niñ@s (mantener la cabeza, sentarse, gatear, caminar), pero tardan más tiempo en lograrlo. Esto se debe, entre otras razones, a la hipotonía o menor tono muscular y a la flexibilidad de sus articulaciones.
En promedio, los niños caminan entre los 22 y 24 meses, aunque existe mucha variabilidad. Lo importante es que reciban apoyo de kinesiólogos pediátricos para trabajar la motricidad gruesa y la de terapeutas ocupacionales para estimular la motricidad fina, es decir: el alimentarse con cuchara, dibujar o manipular objetos como un lápiz.
Y en este sentido la práctica constante de dichas destrezas es fundamental: los niñ@s aprenden a moverse, moviéndose. Jugar, explorar y participar en actividades físicas, favorecerá su progreso. A largo plazo, muchos logran destacar en deportes como natación, gimnasia, atletismo o esquí. Las oportunidades que brinde la familia —clubes, talleres, juegos en casa— hacen una gran diferencia.
Comunicación, habla y lenguaje
La comunicación comienza con las sonrisas y balbuceos en los primeros meses de vida de toda persona. En general, los niñ@s con síndrome de Down son buenos comunicadores, ya que utilizan con eficacia las miradas, gestos y expresiones faciales.
Su principal desafío suele estar en el desarrollo del habla: entienden más de lo que pueden expresar verbalmente. Esto no significa que no puedan comunicarse; por el contrario, muchos logran hacerse entender a través de gestos, señas o apoyos visuales, lo que constituye una gran fortaleza.
Con el tiempo, van ampliando vocabulario y estructuras gramaticales, aunque a un ritmo más lento que otros niñ@s. Por eso, resulta muy útil combinar apoyos visuales, gestos y palabras en la interacción diaria.
El desarrollo de los recién nacidos con síndrome de Down no es simplemente más lento: tiene un perfil particular, con fortalezas en lo social, lo visual y la comunicación no verbal y con mayores desafíos en el área motora y en el habla.
Conocer este perfil permite a las familias y educadores:
Aprovechar sus fortalezas para potenciar aprendizajes.
Apoyar las áreas que requieren más tiempo y práctica.
Promover rutinas claras y límites consistentes para favorecer la autorregulación.
Ofrecer oportunidades de juego, deporte y socialización desde los primeros años.
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